Sensación de relax y el canto de los pájaros. Así ha sido mi despertar en la coqueta ciudad turística de Puerto de la Cruz. Me encuentro en el Hotel Tigaiga, un agradable alojamiento de cuatro estrellas rodeado por el encantador Parque Taoro, un vergel en lo alto de la ciudad. Esta situación que permite a sus huéspedes disponer de vistas privilegiadas desde sus habitaciones: unas están orientadas hacia el amanecer, desde donde se divisa la inmensa vegetación del parque. Otras, al atardecer, desde donde se aprecia el inmenso Teide y el mar. A lo lejos, se adivina la silueta de la isla de La Palma.

El Tigaiga es uno de los hoteles más emblemáticos de Puerto de la Cruz. Tiene origen familiar y un gran sentido de la responsabilidad medioambiental. No hay más que pasear por sus modélicos jardines, repletos de palmeras. De hecho ¡el hotel cuenta con más palmeras que camas!. Toda esta vegetación se nutre de biocompostaje, elaborado en el propio hotel. Es, además, pionero en la instalación de paneles de energía solar térmica para autoabastecerse. Sin duda, es un establecimiento altamente sostenible.

Su personal irradia amabilidad y me recibe en el comedor con una sonrisa. Un agradable señor, elegante y de tono sereno, me pregunta qué tal he descansado. A mí y al resto de clientes que me acompañan en ‘la placita’, donde he salido a desayunar. Es Enrique Talg, actual director del hotel, junto a su hermana Irene, e hijo de Enrique Talg, fundador del Hotel Tigaiga, a quien le expongo mi agrado ante la continua presencia de la sostenibilidad en el establecimiento y me comenta que tienen en marcha nuevos proyectos al respecto.

El Parque Taoro, que acoge al hotel como parte de su esencia, es el pulmón verde de Puerto de la Cruz. Percibo que es un lugar estupendo para hacer ejercicio en la mañana o, simplemente, pasear. Al terminar de desayunar, me adentro en él mientras me cruzo con otros turistas y población local que recorren sus pistas de tierra entrelazadas, formando circuitos infinitos.

Entre escaleras y rampas flanqueadas por inmensa vegetación, desciendo por la montaña y alcanzo el centro de Puerto de la Cruz. Paseo por sus calles, algunas de ellas adoquinadas, conservando la esencia de antaño, hasta llegar a la antigua Casa de la Aduana, actual del Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl (MACEW) y, además, de la Oficina de Información Turística del Cabildo de Tenerife, mi destino. Muy amables todos allí, me atiende el más longevo de los empleados, Manuel Peña, quien justo al entrar se gira y se dirige hacia mí: ‘Buenos días. ¿En qué podemos atenderle?’.


Manuel tiene un tono de voz gentil y suave. Cuando le indico que me gustaría conocer el municipio, no duda en mostrarme un mapa que sitúa en el mismo sentido en el que se ubica la oficina, para que orientarme sea más fácil. Me cuenta que, desde el muelle, justo al lado de donde nos hallamos, y la Plaza del Charco, justo enfrente, podríamos trazar una línea imaginaria que nos permitiría dividir el casco de Puerto de la Cruz en dos mitades: la más antigua y humilde, y la más moderna y originariamente pudiente.

Manuel es un guía muy pasional. ¡Se nota que le encanta su trabajo! Nos realiza una breve introducción sobre la vinculación de Puerto de la Cruz con el mar y cómo los embates de éste desembocaron en el actual diseño del muelle de pescadores. Nos cuenta que hoy las embarcaciones que salen a faenar son menos que antes y que hoy el muelle es, principalmente, lugar de ocio y recreo donde la población local, y también algunos turistas, acuden a darse un baño o a nadar durante los doce meses del año.

Siguiendo la ruta que me ha marcado Manuel, me adentro en el barrio más pintoresco de la ciudad: La Ranilla. Formado mayoritariamente de casas de una sola planta, con tejados a cuatro aguas y colores. Muchos colores. Su origen data de cuando el Puerto de la Cruz no era municipio, sino parte de La Orotava. Los pescadores que vivían a mayor altitud preferían descansar en la costa antes de subir montaña arriba al finalizar su jornada. Fue cuando comenzaron a surgir las primeras viviendas, hoy sustituidas por las casas que vemos a nuestro paso por calles como Mequinez, La Verdad (¡un auténtico jardín botánico cuidado por sus propios vecinos y vecinas) o El Lomo.

Se nota que La Ranilla es un barrio con mucha vida: comercios artesanos, pequeños restaurantes y un sinfín de curiosidades. Algunas viviendas muestran dibujos de animales pintados en su fachada. ¡Representan los apodos de las familias! Los ‘cabreros’, los ‘ratas’, el ‘bacalao’,…


Pero hay más: murales enormes adornan gran parte de las paredes vistas de las edificaciones más altas que salpican, no solo La Ranilla, sino otros puntos del casco. En conjunto forman una enorme exposición al aire libre de arte callejero o street art. Esta iniciativa surgió a principios de los dos mil, durante el Festival Internacional de Arte en la Calle, Mueca, que se celebra cada año. La verdad es que pasear por La Ranilla, como dice Manuel, es hacerlo sobre un auténtico lienzo.

Avanzo por la calle Mequinez hasta ‘La Placeta’ (actual Plaza Benito Pérez Galdós), la calle La Peñita, El Lomo o Puerto Viejo, culminando la primera parte de nuestro recorrido en la Plaza del Charco, cuyo origen está en la entrada del bravo mar hasta ese punto. Al formarse entonces un charco, la población se reunía en torno a él y se convertía en lugar de tertulias. Como hoy, que no hay charco, pero sí una fuente, un parque infantil y muchos bancos donde grupos de personas charlan a la sombra de los árboles. Otros se encuentran, a nuestro paso, tomando un aperitivo en las terrazas de los restaurantes y cafeterías que rodean el que seguramente es el lugar más popular y concurrido del casco portuense.

Cruzando la plaza, avanzo hacia la calle Quintana, muy diferente a la zona de La Ranilla. Edificaciones modernas y coloniales de principios del siglo XVIII, hoy reconvertidas en hoteles, protagonizan la arquitectura de esta parte del casco, donde abundan los comercios de moda, artesanía y recuerdos. Una zona comercial al aire libre con mucho movimiento a cualquier hora del día.

También cuenta con algunos de los alojamientos más emblemáticos de esta zona, como el Hotel Marquesa, casa del ilustre comerciante irlandés Bernardo Valois, asentado en la ciudad a finales del siglo XVII. A unos metros, se sitúa el Hotel Monopol, casa natal de uno de los hijos ilustres de la ciudad, Agustín de Bethencourt. Una maravilla entrar en ambos y observar sus patios centrales, de formato cuadrado, columnas toscanas de madera original, que sujetan las plantas superiores, abalconadas. Un viaje al pasado que invita a descubrir cómo vivieron los originarios y pudientes propietarios de las primeras viviendas de este rincón del municipio.


Dejando atrás los hoteles, justo enfrente se encuentra la Parroquia de la Virgen de la Peña de Francia. Curiosamente, la imagen más venerada allí, comentan los lugareños, no es esa, sino la Virgen del Carmen, patrona de los marineros y centro de la procesión marítima más multitudinaria de la isla. La embarcación de la Virgen del Carmen, y también de San Telmo, cuya talla se halla en la ermita que veremos más adelante.

San Telmo da también nombre al paseo donde se encuentra su ermita. El paseo de San Telmo es otro de los rincones más populares del casco. Bordea parte de la costa y cuenta con unas idílicas vistas al mar. Además, es otra de las zonas de baño más populares para la población local, a la que siempre se suman turistas que descubren en los charcos de San Telmo la esencia del portuense que nace y crece entre los charcos de San Telmo y el muelle pesquero. ¡Merece la pena probarlos!


Al final del paseo, y aunque no es habitual, nos encontramos con la ermita de San Telmo abierta. Muy pequeña pero encantadora. Un oasis de paz en un enclave de ir y venir de gente que pasea este mediodía de junio. Un paseo que fluye y se fusiona con el de Martiánez, donde se encuentra el famoso Lago Martiánez y sus piscinas, obra del reconocido arquitecto lanzaroteño, César Manrique, cuya impronta es fácilmente reconocible .
Por el paseo de Martiánez alcanzamos la Avenida de las Palmeras, y tras ascender unos metros por la calzada de Martiánez, giramos a la izquierda y nos adentramos en la calle San Amaro. Se trata de otro pintoresco pasaje peatonal en el que existen varios tramos de escalones donde están escritas todas y cada una de las obras publicadas de Agatha Christie, incluidas ‘El misterioso Sr. Quinn’ o ‘El misterio del tren azul’, cuya inspiración vino a la autora en esta isla.

La autora británica pasó varias semanas en Tenerife entre 1926 y 1927 y el Puerto de la Cruz la tiene muy presente. No solo por los coloridos escalones, sino porque, además, le ha dedicado un busto en el Mirador de y un paseo muy cerca, por los que también andamos en nuestra ruta.

El paseo de Agatha Christie linda con el de la Costa, desde donde divisar, precisamente, la morfología del municipio junto al mar. Avanzando en su longitud, la jornada nos tenía preparada otra perspectiva aún más impactante de aquella visual. Un lugar fresco y moderno, situado en el interior del Hotel Atlantic Mirage Suites & Spa, adonde nos dirigimos para subir al décimo piso en ascensor y…


Waw! Estamos en Vértigo, un súper rooftop con unas increíbles vistas a la costa de Martiánez, desde una altura impactante. Un lugar perfecto para terminar una agradable mañana, o una tarde… ¡Me cuentan que los atardeceres son espectaculares! Concretamente lo hace Jesús A. Dorta, director del hotel, que se encuentra hoy en la terraza más atractiva del complejo.
Un ambiente animado y de relax en un mismo espacio, donde los huéspedes o clientes que adquieran un ‘day pass’ pueden tomar un baño relajante en sus jacuzzis, pero también, donde viajeras como yo podemos tomar una copa o degustar un snack para una jornada como hoy. Yo opto por una hamburguesa de pollo crujiente, unas papas deluxe y agua, para refrescarme…


¿De postre? ¡Su personal es experto en cócteles! Así que me dejo llevar por la recomendación de la casa… ¡Punk it Pink!. Unos cuantos ingredientes… Y a la coctelera. Una copa con una nube de algodón que se esfuma a la caída de la mezcla realizada por el profesional se refleja en el sabor de esta delicia, que me tomo bajo una sombrilla en mi mesa con vistas al mar… Una experiencia, la del día de hoy… Para repetir, sin ninguna duda.