Una asombrosa adaptación al entorno

En los dos valles, que son muy fértiles, se dan los cultivos de medianías. Las papas, los frutales como el plátano, la papaya o el aguacate, la caña de azúcar o la uva para el vino son algunos de los más habituales. Y además, forman un paisaje dominado por una especial manera de cultivar la tierra: los bancales. Estas superficies aplanadas en las laderas de las montañas para salvar el desnivel son fácilmente identificables por sus peculiares muros de piedra.

Pero a simple vista, lo que primero llama la atención al viajero recién llegado es el color de uno y otro valle. El de La Orotava es de un verde muy intenso gracias a su vegetación. La explicación la dan los vientos alisios, que traen las nubes cargadas de humedad a esta vertiente de la isla. Al chocar con las montañas, empapan todo por el efecto de la lluvia horizontal.

En la otra cara de Tenerife, el Valle de Güímar es color ocre y amarillo claro producto de la pumita, la ceniza volcánica que conquistó gran parte de esta vasta superficie.

El Malpaís de Güímar es un escenario atípico. Este singular espacio ha sido colonizado por especies vegetales como las tabaibas y cardones, y por animales como el pájaro bisbita caminero o el lagarto tizón. No tiene nada que ver con cualquier otro paisaje de Tenerife: el conjunto que forman es adictivo para los senderistas.

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