Escribió Alexander von Humboldt a su hermano en el momento de abandonar la Isla: “Me voy casi con lágrimas en los ojos. Quisiera venir a vivir aquí”. Algo parecido —quizás sin tanta melancolía— debieron sentir los 100 agentes de viajes y directivos de Globalia al finalizar su estancia en Tenerife. Para muchos de ellos era la primera vez. Otros ya habían estado antes. Pero lo que sí es seguro es que la experiencia nunca te deja indiferente.

El sol hace acto de presencia, y al poco tiempo de su salida aterriza el primer grupo de la delegación. La Laguna les recibe con una temperatura agradable y dispuesta a que descubran las razones de su proclamación en 1999 como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ya con el grupo completo se pone rumbo hacia la zona sur de la Isla para instalarse en los que serán sus hogares durante la experiencia. La noche llegó, y con ella se inició la gran cena de bienvenida.

Son las 9 de la mañana del día siguiente. Iberostar, Turismo de Tenerife y los representantes de Globalia realizan una presentación sobre algunas de las cuestiones del sector. Toca madrugar, aunque se muestran interesados para recibir todo tipo de información. La exposición es muy llevadera, y en menos tiempo de lo que seguramente esperaban ponen rumbo hacia Santiago del Teide. Cámara en mano —había que inmortalizar el momento— graban en vídeo el instante en el que les recibe el grupo folclórico Los Dóniz. Las canciones, los bailes, al igual que el grito de “¡otra!, ¡otra!” cada vez que finaliza una canción, hacen que el recorrido hacia el hotel La Casona del Patio sea más entretenido. Dentro del establecimiento realizan diferentes actividades. El taller de elaboración de mojos es el favorito del grupo, aunque en alguna ocasión el resultado no sea el que se espera. Para ser la primera vez no ha estado tan mal. La misma salsa canaria que hacen en ese momento es la que acompañará a las papas en el almuerzo.

Tienen el estómago lleno, pero no importa. El grupo se pone la ropa deportiva y marcha a hacer senderismo por una de las rutas cercanas. La actividad, aunque es agradable, pone a prueba su forma física. Regresan a su hotel para descansar —más de uno lo necesita— y para más tarde cenar.

Ya es sábado y hoy no tienen que madrugar tanto. Se trasladan a Puerto Colón con la ilusión de un niño porque tienen reservado un avistamiento de cetáceos. Aperitivos, música, la brisa del mar acariciando levemente sus caras y, alrededor de la embarcación, un grupo de calderones disfrutando del día. Tras dos horas de travesía vuelven a tierra. La experiencia se les ha hecho corta, pero eso significa que lo han pasado bien. La tarde les reserva unas visitas a diferentes hoteles de los que salen gratamente sorprendidos.

Se visten con sus mejores galas porque ya estamos en la cena de despedida —¡qué rápido ha pasado todo!, piensan algunos—. Aprovechan para degustar por última vez los productos de la Isla, y también para guardar los contactos de los compañeros de profesión que han conocido durante estos días. El viaje de familiarización termina, aunque en sus memorias tardará en olvidarse.

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